El éxodo, la resistencia y la detención del tiempo: Sonido Murillo, Monterrey
Mi tío Raúl era mayor inició con música orquestal, danzones, mambos chachachás… Empezó primero con esa música y ya después mi papá metió la cumbia, otro ritmo, y fue cuando empezaron a bailar todos, empezó a cambiar de ritmo tropical por colombiano, los dos siempre fueron sonideros de los de antes, pero mi tío Raúl empezó con lo tropical, y mi papá sacó la cumbia y así fue la historia, y todavía seguimos nosotros todavía, yo y mis hermanos Henry y Lelo.
Tino Murillo El legendario y su Dinastía Original del Sonido Murillo
Preámbulo de investigación
La colonia Independencia es el barrio de mi familia paterna y materna; es mi barrio, el lugar donde crecí para entender que la memoria es resistencia, voluntad y brújula del presente. El amor por este barrio, su música y su sonido dignifica nuestro origen, nuestra identidad y orgullo. En la Indepe (como la nombramos de cariño) somos patrimonio musical y sonidero, hacemos canciones y bailes que hoy se extienden de manera global. Durante más de 11 años he estado documentando la memoria de los sonideros de la colonia Independencia y algunos de la zona sur en Monterrey, Nuevo León (México). Hasta el momento esta investigación (Sintonía Sonidera/ Somos la Indepe), he entrevistado alrededor de 60 personalidades del medio sonidero. La investigación ha tomado distintas salidas de divulgación en pro del reconocimiento y salvaguardia patrimonial del oficio sonidero en el noroeste del país: podcast, fanzines, intervenciones en espacio público, cine documental. Y dadas las circunstancias socioeconómicas por las que atravesó la escena sonidera a raíz de la pandemia COVID-19, el proyecto también se ha convertido en una incubadora de negocios socioculturales. Hemos organizado bailes sonideros, talleres de serigrafía para adultos mayores (con amor por la camiseta sonidera), y clases de fotografía para niñas y niños, con temática barrial, natural y tecno-musical.
La memoria sonidera del noroeste
Muchas familias de la Indepe procedían principalmente de estados como Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas; migrantes que llegaron a Monterrey con la promesa de mejores jornadas, salarios y calidad de vida, para poblar las 260 hectáreas de extensión total, que inician desde el río Santa Catarina hasta el cerro de la Loma Larga. Esta frontera material y simbólica permitió blindar algunas de las prácticas de origen de los pobladores, así como la apropiación de otras a través de un flujo ambiguo y áspero de nostalgia y júbilo, vinculado al éxodo.
Las añoranzas, los desafíos y la incertidumbre generaron pactos entre los nuevos pobladores, quienes compartieron entre sí saberes, técnicas y oficios, haciendo frente a una urbe que los discriminaba por su color de piel, su grado educativo y, sobre todo, por su nivel socioeconómico. Muchos fueron los oficios y prácticas que permanecieron desde la fundación de la Indepe, tales como la tapicería, la sastrería, la zapatería, y la elaboración de pipián y mole en molino. Pero ninguno de ellos tan endémico como el oficio de sonidero.
A diferencia de muchas otras colonias fundadas a la par de la colonia Independencia, durante esos años de industria y migración, la práctica del sonido representa una bandera de identidad para la Indepe. El ocio es una forma de resistencia colectiva en el barrio; saber exclusivo el gusto por el sonido y por la música colombiana es marca de orgullo en los habitantes. Los fundadores de la Indepe fueron visionarios de los derechos y la conquista del espacio público, de esas hectáreas pobladas entre veredas, barrancos y arroyos. En su regreso del trabajo, cuenta Pedro Valdés (Sonido Monarca) los habitantes cruzaban por encima de piedras, fango y charcos, siempre recibidos por melodías que advertían: “llegamos a casa…que canción tan bonita, seguro hay baile…habrá que subir”.

Archivo familia Murillo
El oficio de sonidero es la crónica, voluntad y resiliencia de toda una generación que conquistó un territorio y forjó un barrio. El eco de los sonidos convocaba y ensordecía a los habitantes, exudando por las calles el recuerdo de sus pueblos, de sus familias, de sus amores, del tiempo pasado. Sin saberlo, la Indepe adoptó en cuerpo y alma las melodías, letras, el folclore y espíritu musical de Colombia, y las incorporaron como una herramienta fundamental para el hábito de sobrevivir frente a la pobreza y la exclusión.
La historia sonidera de la Indepe, incierta por naturaleza, remite a la época de la radio: mambos, chachachá, danzones y orquestas era la sonoridad del barrio y de los patios compartidos; pero también de toda la ciudad y del país. En ese momento, las estaciones de radio y las tiendas de música eran guiadas a nivel nacional con los mismos géneros musicales. A los primeros dueños de aparatos de sonido aún no se les conocía como sonideros. La mayor parte de ellos duraron en el oficio algunos meses, quizá un par de años. Estos practicantes emergentes presentaban canciones desde sus propios domicilios, atrayendo musicalmente a vecinos, amigos y familiares después de la faena. Los pioneros del sonido no eran contratados fuera de su barrio, calle u hogar. Como lo menciona Gabriel Dueñez (Sonido Dueñez), uno de los principales sonideros de esta colonia y de México, así como uno de los míticos creadores de la música rebajada, en aquél entonces los nombras más conocidos eran: Sonido Cepeda, de Pancho Cepeda; Sonido Brasilia, de Melchor y Julio Ontiveros; Sonido Banda, Sonido Murillo, de Raúl y Mario Murillo; y Sonido Venus que –por cierto– fue quien amenizó en las nupcias de Don Gabriel y su esposa Juanita en 1968.
La dinastía Murillo, memoria de una familia sonidera
Provenientes de Francisco del Rincón de León Guanajuato, la familia Murillo llega al barrio de Morelia en los 40’s y es el comercio por las calles que los distingue. Raúl Murillo fue uno de los primeros en recorrer las calles de la Indepe reproduciendo música por 50 o 70 centavos mientras vendía frutas y verduras, su quehacer principal. Raulón, como le solían llamar, conducía su camioneta vendiendo todo tipo de legumbres y frutos, auxiliado por una bocina, anunciándose con la música del momento. Él es la figura que inaugura el nuevo oficio en los barrios de la Indepe: el señor del aparato de sonido, pero también inicia el Sonido Murillo y hermanos.
Ese ejemplo de osadía consolidó en muchos la posibilidad de tener un aparato de sonido y presentar esas melodías en otros barrios, la oportunidad de generar una economía extra, alegrando las tardes, los fines de semana e incluso de acompañar los cortejos a manera de cupido. Raulón pasó la estafeta a su hermano menor, Mario, quien vendiendo chicles en los bailes logró comprar su propio aparato de sonido y debutar en ese momento con los mismos géneros; pero es él quien cambia la forma de presentar la música como animador, otra aportación de la cultura sonidera en estos barrios.
Su carisma, voz y frases ingeniosas lo llevaron a consolidar Sonido Murillo y Hermanos. Su barrio –entre las calles de Morelia y Nueva Independencia– concentra a sus principales seguidores, quienes a la fecha continúan siéndole incondicionales. Los hijos de Mario Murillo también son sonideros: Tino (Mario), Henry y Lelo (fallecido en 2018) cuentan con trayectorias independientes, y también son respetados y admirados en el barrio. Henry (Sonido Murillo El Internacional) es quién más tiempo ha tocado, dentro y fuera del país; y eso debe subrayarse porque la mayor parte de los sonidos dejaron de tocar a inicios del 2000, por las épocas de violencia por narcotráfico que se vivieron en el país, por la digitalización global de la música y por la crisis económica.
“Amigo nuestro damita y caballero, no olvide que la invitación es para que esta tarde, esta noche, venga a bailar, a gozar, a divertirse en esta gran fiesta baile de colombiana. Recuerden que está amenizando como siempre y una vez más por su tropicalísimo número uno: Murillo y Hermanos. Sí, ¿cómo no?, la siguiente grabación la estamos enviando muy en especial para toda la gente bonita, conocedora, que nos acompaña esta noche… De la buena música colombiana. ¡Ándale, ándale y va de nuez!”. ¡Y pon buenas Raulón! (Mario Murillo hijo recordando los saludos de su padre).
El comercio y, sobre todo, la búsqueda de discos de música tropical llevó a Raulón a la Ciudad de México en 1970. Junto a la Toronja, un colega del medio sonidero, a Raúl se le reconoce como parte de los principales rastreadores de música inédita u original; es decir, no transmitida por radio ni conocida de forma masiva.En esta obstinación, ambos coinciden con José Ortega Morelos de Discos Morelos, y promotor de compañías disqueras en la Ciudad de México. José es el cómplice de la memoria sonidera de la Indepe y de los grupos musicales que nacen en Monterrey y el área metropolitana durante los años 80; entre ellos Celso Piña.
En esos años, recuerda Tino Murillo, los sonidos tocaban canciones de Tropical Vallarta, Tropical Palmeras, Sangre Joven Tropical, Renacimiento 74, Súper Estrella, y eso fue lo que triunfó primero en la Indepe. Mario, su padre, también melómano y aventurero, realizó un viaje por cuenta propia a la Ciudad de México en 1973. Sin conocer la metrópoli, y con pocos antecedentes de la escena sonidera, peregrinó por Tepito, el Peñón de los Baños y el centro de la ciudad de México, conociendo a grandes sonideros, como Sonido Sonorámico, Sonido Arcoíris y Sonido Fascinación.

Archivo familia Murillo
Es en este viaje cuando Mario Murillo hace llegar a la Indepe música colombiana. En ese momento, los éxitos son de Mike Laure, Carmen Rivero, Linda Vera. La mayoría de estas melodías fusionaban con orquesta géneros tropicales (entre ellos la cumbia) e incorporaba nuevos instrumentos como guitarra eléctrica, güiro, trompetas, trombones, metales por mencionar algunos. Pero fueron las canciones de Los Corraleros del Majagual las que marcaron el gusto de lo que hoy se conoce en Monterrey como música colombiana. Esa fue la primera agrupación musical que conoció el barrio de la Indepe.
Mario siguió viajando a la Ciudad de México en compañía de su hijo Tino para conseguir música. Recuerda que entre los artistas más buscados de cumbia colombiana estaban Lisandro Meza, Andrés Landero, Adolfo Pacheco, Liborio Reyes, Alfredo Gutiérrez y sus hijos, César Castro, Aniceto Molina, Nacho Paredes, Gilberto Torres, Armando Hernández, Calixto Ochoa, Chico Cervantes, Eliseo Herrera y Julio Erazo. En esos viajes, Mario conoció la alteración del pitch; es decir, la modificación de velocidad en la reproducción de canciones que realizaban los sonideros, por ingenio técnico, goce y embellecimiento de los ritmos. También descubrió ahí el interés de los sonidos en la adquisición apremiante de bocinas, aparatos y tecnología conveniente para sobresalir entre tantos, para ser únicos y soberanos.
Después de esas visitas, Mario y Raúl Murillo modifican su sistema de sonido. De manera intuitiva y lúdica, lo alteran, cambian los controles y los bulbos, lo hacen escucharse más fuerte y con otro pitch. Así como se encontró con un centro del país tropicalizado por los sistemas de sonido, decidió hacer lo suyo. Mario –con la influencia de su hermano Raúl- forró entonces su sistema de sonido con plástico de colores, estampado con estrellas y palmeras; su hijo Tino le ayudó a rebobinar bocinas, a fabricar bafles y todo lo que pudiera mejorar técnicamente el sonido. Mario se convirtió en una influencia para muchos sonideros de Monterrey, que acuden regularmente con él para aprenderle tanto a nivel técnico como estético, para modificar y embellecer sus aparatos de sonido RADSON, así como comprar e intercambiar discos.
La singularidad sonidera del noroeste
A diferencia de otros territorios sonideros, donde la posesión extensa de equipo, tecnología y transporte es bandera de orgullo y reconocimiento, los sonideros de la Indepe no culminaron en eso. Primero, porque el quehacer de sonidero no permitía una economía estable para sostener a la familia; después porque siempre fue más importante conseguir música, principalmente a través de las discotecas del centro de Monterrey, como la Discoteca Popular de Gabino Hernández (principal discotequero en la memoria de los sonidos de la Indepe). En el menor de los casos, esos discos se adquirían en ciudades vecinas como Reynosa, o incluso en ciudades norteamericanas como Houston o Miami. Finalmente, porque los bailes sonideros en la Indepe se realizaban en casas, calles y asentamientos con espacios limitados, por la irregularidad topográfica del barrio y porque no había condiciones ideales para realizar eventos colectivos ni para adquirir equipos de audio con mayor potencia.
Es importante citar que en Monterrey hubo otros municipios y colonias en donde los sonidos tuvieron fuerte presencia y que influyeron también en la difusión del gusto por la música colombiana a nivel regional; sin embargo, el oficio de sonidero y el coleccionismo se asentaron hasta la fecha en la Indepe, en donde la sonoridad cotidiana se transforma a través de altavoces, cumbia, porros y vallenato cada que hay un festejo.
Nota final
Aún falta mucho por hacer y revelar como memoria y patrimonio sonidero en el noroeste de México. De la música rebajada y el sonido de Gabriel Dueñez al relevo generacional y femenil de Gaby y Nunis Dueñez; de los programas radiofónicos en vivo como La Terraza, a cargo del sonidero de antaño Rodrigo Arellano (Sonido Paraíso) a los continuos viajes a Colombia de Jorge Rada (Sonido Rada), para adquirir música y visitar “la segunda patria”; del gran trabajo de customización sonidera de Odilón Arellano (Sonido Paraíso Caribe), queforraba aparatos de sonido de manera artesanal, a la restauración de portadas de discos de Rafael Valero (Sonido Luna Azul) con técnica de collage.
Esta es una breve historia de la familia Murillo (Raúl y Mario), quienes encabezan con sus sistemas de sonido el impetuoso amor por la música y de los barrios de la Indepe. Ellos triunfan en la definición única del ser sonidero desde la penuria de mucho, pero la voluntad de todo en el noreste del país. Son pioneros en la difusión de la cumbia colombiana, pero también son mediadores y líderes cuando se trataba de hacer mejoras en los barrios, entregar escrituras a los colonos, promover la economía de algún comerciante, o resistir en comunidad frente a la falta de servicios de salud, educación y oportunidades de trabajo. La historia de Raúl y Mario Murillo se desconoce, como muchas otras de los sonideros de la Indepe o de la zona sur, que lograron crear espacios de ocio, quienes lograron convertir las calles en comunidad a través de música y aparatos de sonido.
Esta es una breve historia a veces discriminada, otras tantas apreciada con optimismo y sin quebranto. Muchas personas han entrado a este territorio con oportunismo y afán de lucro, construyendo ficciones superficiales sobre la cultura sonidera; movilizadas quizá por la industria de los likesy las plataformas digitales globales. Esta investigación (Sintonía Sonidera) pretende dignificar la memoria del oficio de sonidero, así como la de compositores, músicos, familias y amigxs. Esta es una breve historia de los barrios de la Indepe, de los señores de los aparatos de sonido, una brave historia que contiene el amor a nuestro origen, a la sonoridad de un barrio que, con sus letras, ritmos y folclore sigue palpitando de cerro a río: somos Indepe, somos la Colombia chiquita, somos Sintonía Sonidera.
Sobre la autora:
Yasodari Sánchez Zavala esartista, académica y documentalista mexicana. Ganadora de becas y distinciones por su obra relacionada con las comunidades migrantes, indígenas, obreros, músicos y sonideros de la zona metropolitana de Monterrey.